Tertulia semanal dedicada en el mes de febrero al escritor canario dado que es en su sala de la Casa de la Cultura de Santa Cruz de Tenerife donde se reune el coelctivo Alisios de Verso y Prosa.
DOMINGO
PÉREZ MINIK
31
de enero 2017
Autora: Ana Miñarro
Buenas tardes, compañeros
de Alisios de Verso y Prosa.
Antes
de hablaros de don Domingo Pérez Minik, tengo una sorpresa...
(Me
dirijo a la puerta de la sala, espero que ante la sorpresa o extrañeza de mis
compañeros)
Adelante,
don Domingo, está usted en su casa...
Pase,
pase... no sea tímido ¿qué...? ¡Ah ya... se lo diré a todos.
Don
Domingo dice que no pueden verle si no es con los ojos de la imaginación... y
él que fue actor de teatro, y le gustaba hacer de otros... y escribir historias
para que otros las interpretaran... le gustaría poder contarnos, él mismo, que
fue y que hizo... por tanto disponeros a verle con los ojos del inventor de
historias que es lo que somos todos los que estamos aquí esta tarde, aquí en su
casa, en la sala que lleva su nombre y donde se cobija toda su obra, sus
escritos, manuscritos, cartas y otras etcéteras más.
Me
hubiera gustado conocerle y quizás lo hubiera podido hacer pues usted murió en
1989, cinco años después de que yo me afincara en esta tierra, en su tierra
tinerfeña.
Sé
que le gustaba escribir teatro y creo que no lo hizo nada mal, incluso se subió
a algún que otro escenario. Pero lo que realmente le gustaba, y lo sé de muy
buena tinta, lo que le gustaba era la crítica... literaria, creo que de la otra
también, probablemente eso lo valió pasar unos cuantos meses en la cárcel,
centro de internamiento lo llamaban, durante y después de nuestra absurda e
injusta guerra civil, del 36 al 39.
Después
de su experiencia carcelaria o quizás por causa de ella su amor por el teatro
se acrecentó de manera notable ya que no podía expresar de otra manera su rabia
por lo que un puñado de “salvadores de la patria” se creyeron con derecho a
robar a un pueblo lo que se había ganado en las urnas, la libertad de palabra y
de pensamiento.
Sé
que con su amigo Eduardo Westerdahl fundaron y mantuvieron viva una de las
publicaciones periódicas de arte más representativas de la vanguardia europea,
el surrealismo, corrían los tiempos convulsos de las guerras europeas y
española.
Me
hubiera gustado conocerle y hubiéramos mantenido interesantes charlas sobre
todo cuando pudo ver cómo el partido socialista, al que usted permaneció desde
sus inicios, formaba parte activa en la creación de una nueva España con un arco
iris de colores político brillando en el Parlamento español salido de la urnas.
Me
hubiera gustado entrevistarle como así lo hizo el periodista Carmelo Martín en
1984 y escucharle oirle decir que no entendía cómo a sus 80 años la geste aún
le recordaba y le regalaban honores como el “Premio
Canarias de la Literatura” o le otorgaban la Medalla de Bellas Artes.
Usted,
un anciano de 80 años continuaba apasionándole la polémica, la discusión y el
debate. Usted le dijo a Carmelo: “Sí, he sido un agitador, algo terrorista...
he considerado siempre la crítica como un arma de combato”.
Usted
no pudo disfrutar del mayo del 68 pero lo llevó siempre como bandera.
Oírle
decir: “A veces he pensado en la revolución como una utopía bellísima, pero a
estas alturas, tampoco tengo ganas de revoluciones siempre que existan forma
democrática”.
Dice
que llegó a la crítica literaria porque no le salía escribir novela... un
crítico literario que empezaba a actuar dentro del conglomerado de la
literatura española de los años cincuenta.
Parece
ser que usted, para quitarse importancia, para dejar los egos inmaduros a un
lado pensó que lo único que tenía valor fue ser un
oportunista, un tipo de circunstancias, un hombre que supo tocar el timbre y
armar un poco de escándalo en la casa... pues menos mal que lo fue...
y creo que todos le damos las gracias por serlo.
Usted
dice que sus “críticas son como novelas, con una entrada, un conflicto
gravísimo y un desenlace... y no doy soluciones como ahora se hace... sabía que
iba a producir una provocación tremenda en el lector”... Según me
parece entender eso era lo que le gustaba...
No
le gustaba cuando le decían ser un especialista en literatura inglesa... decía
de usted mismo que “había sido un buen turista, más o menos crítico, de
las literaturas universales” Que se encontraba bien en todas,
francesa, alemana, rusa... e incluso en la inglesa... “soy un apátrida,
un ciudadano del mundo en el campo de la literatura”
Usted,
don Domingo que no entendía por qué le premiaban y por qué le seguían leyendo,
tuvo la suerte de ser coetáneo de figuras universales, y mantener
correspondencia con ellos, con Freud, Einstein, Le Corbusier, y del premio
Nobel de Literatura Bertrand Russell al que entrevistó en 1935, usted tenía 33
años y el filósofo 65, durante su estancia en el Puerto de la Cruz, entrevista
que se reprodujo, y por esa razón hoy día podemos leer su magnífica prosa en la
Revista Triunfo, con ocasión del centenario de uno de los filósofos más
influyentes del siglo XX, visita que hace para saber de primera mano cómo iba a
ser el proyecto de construir una Residencia para Intelectuales en Tenerife,
terrenos que hoy día están ocupados por el Hotel Tahoro, albergando un
casino... todo es cultura...
Nosotros,
los aquí presentes, que somos escritores es de obligado cumplimiento conocer
cómo usted, Domingo Pérez Mink hace una crónica de un encuentro que podría
resumirse en unas cuantas líneas y escribió un hermoso relato... usted es de
los míos... le gusta recrearse en las descripciones y en los pequeños detalles.
Leerle
es como adentrarse en un espacio escénico, ver como lo que en él aparece, se
desarrolla, se mueve, se interrelaciona, se comunica... Su verbo culto resulta
fácil para el lector.
Ya
sé... don Domingo... está usted un poco cansado... le doy las gracias por
haberme acompañado en esta tarde.
Y
para terminar, no puedo más que reproducir las palabras que el periodista Juan
Cruz le dedicó allá por el año 2009:
En 1985, cuatro años antes de su muerte, Domingo Pérez
Minik recibió en Tenerife un homenaje, uno de los múltiples agasajos con que
los isleños fueron despidiendo la vida ejemplar de uno de los personajes más
jubilosos e inteligentes del siglo XX en Canarias. Murió cuatro años más tarde,
en la casa donde vivió toda su vida, en la calle del General Goded, que fue un
punto de encuentro que simbolizó también una época de las islas; don Domingo
había sido un socialista liberal, "un gallo al rojo vivo" al que la
Guerra Civil le hizo aún más rabiosamente libre, un autodidacta que se empeñó
en aprender más allá de los límites de su propia curiosidad impenitente.
Los últimos años de su vida fueron una lucha contra la
melancolía por la pérdida de su mujer, Rosita Camacho, y para conservar la
alegría activa, desafiante, con la que arrostró los males, incluida la
desgracia de la Guerra Civil, que truncó en las islas (también) un proyecto
intelectual y creativo que había simbolizado el movimiento de Gaceta de
Arte, la revista de raíz surrealista que dirigió el crítico Eduardo
Westerdahl y de la que Pérez Minik fue cabeza pensante y principal.
Entonces, en aquellos años republicanos de Gaceta
de Arte, Domingo Pérez Minik, que había sido crítico de fútbol y era
un lector voraz, recibió con sus compañeros a los intelectuales que entraban y
salían de la isla, desde André Breton hasta Friedrich Dürrenmatt, y a todos los
situó don Domingo en ese cuaderno de bitácora que fue primero Gaceta de
Arte y luego en publicaciones insulares donde siguió escribiendo, a
pesar de la vigilancia del régimen que le metió en prisión.
Leer “Entrada y salida de viajeros” nos permite
reconstruir, en los personajes que él vio al Domingo Perez Minik que tanto
añoramos.
Y
para terminar, y ya no os canso más... una cita de Mark Twain,
“Un hombre con
una idea nueva es un loco hasta que la idea triunfa.”
DOMINGO PÉREZ MINIK (escritor canario)
Domingo Pérez-Minik nació en Santa Cruz de
Tenerife, España, en 1903. Falleció en 1989.
Domingo Pérez Minik (Santa Cruz de
Tenerife, 1903 - 1989) fue un escritor español. Intensamente vinculado al
teatro, se integró en su quehacer como actor y director vocacional, dedicándole
una gran parte de su atención a la crítica. Inició su actividad literaria en la
revista tinerfeña Hespérides, y cofundó en el año 1932, bajo la dirección de
Eduardo Westerdahl, Gaceta de Arte, una de las publicaciones periódicas más
significativas de la vanguardia europea de entreguerras, en especial del
Surrealismo; bajo el patrocinio de esta revista se celebró en Santa Cruz de
Tenerife la primera exposición surrealista de España, con la presencia de André
Bretón.
Republicano declarado y
miembro del Partido Socialista, fue encarcelado en la Prisión de Fyffes al
comienzo de la Guerra Civil viéndose obligado al recobrar la libertad a
mantener un forzado, largo y prudente silencio, comenzando a desarrollar una
amplia actividad como actor de teatro, primero del grupo 'Pajaritas de papel',
pero sobre todo en el Círculo de Bellas Artes de Tenerife. En 1950 trató de
reflotar la prestigiosa 'Gaceta' de la época republicana, con el nombre de 'De
Arte', logrando publicar sólo un número al ser la iniciativa mal vista desde la
política.
Fue una de las
personalidades más relevantes en la crítica literaria del siglo XX español, a
través de su labor en la revista Ínsula de Madrid. Junto con Eduardo Westerdahl
y Pedro García Cabrera participó en la creación y mantenimiento del suplemento
'Gaceta Semanal de las Artes' (1958-65) del periódico La Tarde, y colaboró en
diversas publicaciones nacionales e internacionales como Triunfo, Revista de
Occidente, Primer Acto, Cuadernos para el diálogo, Cuadernos Hispanoamericanos,
La Nación de Buenos Aires, 'Ibérica' de Nueva York (donde mantuvo el rótulo de
'Cartas de España' con el seudónimo de 'Juan de Toledo'), en de Madrid, en el
Boletín de la Fundación Juan March, etc. También fue un colaborador habitual de
los periódicos tinerfeños 'La Prensa', La Tarde y El Día, bajo el seudónimo de
'Enrique Arona' y 'E.A.' Ejerció la crítica literaria y teatral en todo tipo de
publicaciones especializadas o no.
Sus libros y archivo
fueron donados a la Biblioteca Pública del Estado de Santa Cruz de Tenerife y
consta de 5.600 monografías, 1.183 cartas, 167 títulos de revistas, 300
fotografías y documentos sueltos.
La obra de Domingo Pérez Minik abarca
diversos temas: la historia, la política y la novela y, sobre todo, el teatro.
Fue fundador y redactor de la revista "Gaceta de Arte" y
posteriormente del suplemento "Gaceta Semanal de las Artes".
Domingo Pérez Minik, entre otros
reconocimientos, obtuvo el Premio Nacional de Teatro, la Medalla de oro de las
Bellas Arte del Cabildo de Tenerife y el Premio Canarias de Literatura.
ALEJANDRO
ZABALETA ENTREVISTA AL DIRECTOR TINERFEÑO MIGUEL G. MORALES.
LAS
PALMAS DE GRAN CANARIA
´Domingo Pérez Minik está fuera del
localismo y el ombliguismo´
"He pretendido hacer un filme
que rescate el espíritu del biografiado". "Hay libros sobre esa
época, pero yo quise aportar algo en otro lenguaje"
7 ABRIL 2011
El
director tinerfeño Miguel G. Morales presentó el martes en el Festival
Internacional de Cine de Las Palmas de Gran Canaria el documental Una luz en la
isla. Domingo Pérez Minik. Proyectado dentro de la sección Foro Canario, la
obra incorpora numerosos testimonios sobre el escritor y crítico literario
tinerfeño, además de imágenes de archivo del homenajeado.
–
Domingo Pérez Minik falleció hace más de veinte años. ¿Cómo surgió la idea de
retratarlo en un documental?
–
Yo trabajé de realizador en la Televisión Canaria. Allí realicé una serie de
entrevistas que hacía Juan Cruz. A través de ellas empecé a conocer a
personajes de la cultura canaria que hablaban de esa generación de Gaceta de
arte, de Pérez Minik, Westerdahl y toda esa gente. Es una generación que yo
desconocía. Así, cuando empiezo a escucharlo me resulta llamativo que no se me
haya hablado de eso en mi educación. Y ahí surge el gusanillo de contar una
historia sobre ese grupo generacional. En 2003 hice el primer documental,
Aislados. Ya sabía que había que realizar varias películas sobre personajes
concretos, y uno de esos era Pérez Minik. Así que desde entonces llevo grabando
y preparando material, siempre de la mano de Juan Cruz.
–
En varios momentos del filme escuchamos reflexiones de Pérez Minik acerca de la
condición del isleño. ¿Cómo resolvió él esta relación de amor–odio con las
islas?
–
Es parte de la conferencia sobre la condición humana del insular, uno de sus
textos más conocidos. Creo que se salvó precisamente con la literatura, la
cultura. Se refugió en eso para salvarse porque de hecho apenas puede salir de
Canarias, pero está totalmente vinculado, escribe en revistas en Estados
Unidos, en Europa. Todos sus libros se publican fuera, en editoriales de la
Península. Respecto a esa doble vertiente del insular, creo que Pérez Minik es
el que tiene una visión de la que me siento más cercano. Es clave, mucha gente
se identificó con esa forma de ser, esa forma de mirar Canarias desde fuera
aunque estuviera dentro sin poder salir. Tenía ese prisma de observar su mundo
desde fuera, lo que le permitía estar fuera del localismo y el ombliguismo. Por
eso es una figura tan llamativa, por eso tiene esa atracción.
–
Ha conseguido usted bastantes filmaciones de los últimos años del biografiado.
Parece que, al menos al final, obtuvo un cierto reconocimiento en vida.
–
La generación del 70, pero también las anteriores, gente como Martín Chirino,
Pepe Dámaso o Cristino de Vera, descubren a toda esa gente que estaba en la
sombra: Cabrera, Westerdahl y Pérez Minik. Este último vivió hasta el 89, pero
muchos de Gaceta de arte murieron jóvenes. El caso es que aquellos jóvenes los
descubren y los salvan en esos últimos quince años, cuando llega el Premio
Canarias y todo eso. Aun así, después volvieron a quedar en el olvido.
Fallecieron a mitad de los ochenta y desaparecieron otra vez.
–
¿Se salva la memoria de la generación de Gaceta de Arte en Pérez Minik?
– A
mí me enganchó cuando era muy pibe y leí Facción surrealista española de
Tenerife, que es un poco el libro más conocido de él. Ahí cuenta toda esa
historia mítica de la visita de Breton, la exposición surrealista y todo eso.
Es el cronista; si no nos lo hubiera contado él, a lo mejor no nos hubieran
llegado tantos detalles sobre esa edad de oro de la cultura en Canarias. Es
fundamental y a mí me atrajo en seguida cómo lo contaba, con un toque de
autocrítica. Eso es muy valioso, que una persona de ese nivel tan alto fuera, a
su vez, tan humilde.
–
Usted pasa en el filme directamente de la época de Gaceta de Arte a los años
finales de la biografía. Quedan obviados los cuarenta años del franquismo, una
etapa en la que hubo alguna iniciativa para rescatar el espíritu de esas
primeras publicaciones. ¿Por qué no abordó esa parte?
–
En esta película y en otros documentales me interesa obviar datos biográficos y
cosas puntuales, y centrarme en el espíritu, que te llegue lo que él era, qué
defendía. A veces te pierdes en meros datos biográficos, aunque algunos,
lógicamente, tienen que estar porque son fundamentales. Pero yo las secuencias
no las trabajo desde el punto de vista biográfico, sino desde los conceptos. Es
cierto que existieron esos intentos.
–
Aquellos jóvenes que conocieron a Domingo Pérez Minik en los últimos años van
cumpliendo años. El documental es, pues, una memoria de la memoria.
–
Este documental es, en ese sentido, parecido a Aislados. Ambos son documentales
testimoniales, no van por el camino visual, lo que quieren es quedarse con un
testimonio de algo que tiene que ser contado. En cuanto al tema audiovisual,
aunque hay muchos libros publicados sobre todo esto y se han reeditado las
obras de Pérez Minik, se trata de aportar algo en un lenguaje diferente y que
puede llegar al gran público.
1984 ha sido para el crítico Domingo Pérez Minik un
año alterado, en el que varias veces le han sorprendido con un premio, un
reconocimiento o un homenaje. Le entregaron la medalla de la Universidad
Internacional Menéndez Pelayo, le nombraron presidente del Premio de la Crítica,
y la comunidad autónoma y el Consejo de Ministros acaban de distinguirle con el
Premio Canarias de literatura y la medalla de oro de las Bellas Artes. A estas
alturas, tras medio siglo de una militancia vanguardista verdaderamente
extrema, se ve a sí mismo como un desconocido allende las márgenes de la isla
en que nació y vive, Tenerife, y no comprende a cuenta de qué le recuerdan.
Tiene 80 años y ya han muerto su esposa, Rosita, y su mejor amigo, Eduardo
Westerdahl, con quien trabajó en la revista Gaceta de Arte. La apasiona la
polémica, la discusión y el debate. "Sí, he sido muy agitador, algo
terrorista", dice. "Yo he considerado siempre la crítica como un arma
de combate".
Pérez Minik se perdió el mayo del 68 francés y otras
tantas revoluciones en las que hubiera querido participar. Socialista desde los
años treinta de Gaceta de Arte, le gusta recordar que un amigo
le dijo un día que se parecía a un laborista de la extrema izquierda, como
Michael Foot. "A veces he pensado en la revolución como una utopía
bellísima, pero tampoco tengo ganas de revoluciones a estas alturas, siempre
que existan formas democráficas". Ha publicado nueve libros que levantaron
ronchas en su momento y espera, con la ilusión del escritor novicio, la
retrasada edición del que haría el número 10, Isla y literatura, que
es una recopilación de sus ensayos y conferencias sobre Canarias.
Pregunta. ¿De
qué forma llegó a la crítica?
Respuesta. Pues
porque no me salía la novela. Escribí un poco de teatro, incluso fui actor y
director en compañías locales. Cuando surgió Gaceta de Arte comencé
a hacer ensayos sobre literaturas extranjeras y el teatro español
contemporáneo. En realidad, yo soy un crítico literario que empieza a actuar
dentro del conglomerado de la literatura española de los años cincuenta.
Escribí Debate sobre el teatro español contemporáneo, que era
el primer libro sobre la materia. En ese sentido fui siempre un adelantado.
Esto es de lo único que yo presumo un poco. Fui un oportunista, un tipo de
circunstancias, un hombre que sabe tocar el timbre y armar un poco de escándalo
en la casa. Como he sido siempre muy curioso y he estado al tanto de lo que
ocurría a mi alrededor, me di cuenta de que faltaban en España libros y es
posible que los que escribí hacían realmente falta en el país. Yo tengo un
concepto particular de la crítica, como algo terriblemente impuro. He mezclado
todo: la política, la religión, la sociología, la filosofía, la historia,
etcétera. Mis críticas tienen un sentido de la aventura. He escrito libros de
crítica como si se tratara de novelas, con una entrada, un conflicto gravísimo
y un desenlace. Y no doy soluciones, como las novelas actuales. Para mí ha sido
siempre un trabajo apasionante, una gozada. Sabía que iba a producir una
provocación tremenda en el lector. Concha Castroviejo, colaboradora de Revista
de Occidente, ha dicho que le he parecido un crítico divertido, y ése
ha sido el mejor elogio que me han hecho.
P,
Pero, ¿por qué le. molesta que le llamen especialista en esta o aquella
literatura; en la inglesa, por ejemplo?
R. Rechazo la palabra
especialista. No he sido especialista de nada. Yo he sido un buen turista, más
o menos crítico, de las literaturas universales. A mí lo mismo me da la
inglesa, la francesa que la alemana. De hecho es muy posible que mis estudios
sobre las literaturas centroeuropeas hayan sido lo más importante de mi obra.
Claro, yo tengo un libro de 300 páginas que se llama La novela inglesa
actuat porque era un fenómeno muy interesante de los años cincuenta y
sesenta que quise estudiar, pero lo mismo pude hacer con el existencialismo
francés o la generación perdida norteamericana. Sencillamente, fue una
curiosidad. Esto no quiere decir que yo sea más inglés que francés. Soy un tipo
muy universal, muy apátrida. En todos sitios me encuentro bien, lo mismo en
Leningrado que en Hamburgo que en Londres.
P. A
pesar de todo, ¿siente usted una cierta inclinación anglosajona irreprimible,
que se refleja en su misma forma de ser, de comportarse y hasta de vestir?
R. Son formas miméticas
de la juventud. Al fin y al cabo, yo era hijo, de cosecheros de tomates y
plátanos, que estaban en constante relación con Londres. Lo veía en la casa de
mis padrinos, donde me eduqué. Es posible que hubiera supuesto un factor
poderoso en mi formación esta conexión especialmente con el inglés, que era el
que nos explotaba, pero de una manera muy distinguida, sin molestarnos mucho,
pagando. buenos salarios.
P. ¿Cómo y por qué Gaceta
de Arte?
R. Las islas, en la época
en que nació la revista, en el año 1932, tenía más contactos con el extranjero
que con la España peninsular. Venían unos cuantos funcionarios del Estado,
algún turista suelto y tal. Aquí fondearon siempre barcos ingleses que traían
pasaje. Con ellos venían también las ideas. El hecho de que nos visitaran
Bertrand Russell, Bernard Shaw, André Breton y los surrealistas que trajimos,
así como muchos pintores que escapaban de la Alemama de Hifler, lo prueba.
Llegamos a pensar en construir una casa-residencia para estos artistas que nos
visitaban. Desde la caída de Primo. de Rivera un grupo de amigos empezamos a
tramar algo. Eduardo Westerdahl fue nuestro director y la revista salió
adelante con las suscripciones y nuestra aportación particular. En la isla nos
tomaron un poco a chacota, como tipos divertidos. No nos recibieron
dramáticamente, porque la mentalidad del insular es bastante amplia.
P. Tenían ustedes buenos
lectores. ¿Cómo llegaba la revista a Freud, Einstein o Le Corbusier?
R. Sí, tuvimos relaciones
con figuras importantes de la pintura, la arquitectura, la ciencia. Eduardo
tenía una gran agenda. La revista llegaba a todos los sitios, desde el Museo de
Arte Moderno de Nueva York hasta Bertrand Russell, pasando por esos y otros nombres.
Y nos escribían. La correspondencia de Eduardo Westerdahl de esa época es una
mina.
P. ¿Qué tal se llevaban
con la generación del 27 y con los maestros de la época, como Ortega?
R. Con los poetas del 27
mantuvimos una buena relación, no de amistad, sino de admiración. No se nos
escondía que poetas como Salinas, Vicente Aleixandre y el mismo García Lorca
de Poeta en Nueva York eran grandes autores de corte
universal. Ahora, a quienes no estábamos dispuestos a pasar era a Miguel de
Unamuno, Antonio Machado o Juan Ramón Jiménez, que eran importantes pero
estaban rebasados. Nos llegamos a meter con Ortega. Sus libros nos parecían
reaccionarios, aunque sabíamos apreciar su labor innovadora, verdaderamente
gigantesca en la España de su tiempo. Rechazábamos a Galdás, Baroja y al mismo
Pérez de Ayala. Lo que no quiere decir que esto lo piense yo ahora. Con el
tiempo revisaría muchos planteamientos. En mi libro Novelistas
españoles de los siglos XIX y XX contribuyo al comienzo del estudio de
Galdós en esa época en España, con un largo ensayo en que muestro toda mi
admiración por ese ilustre paisano.
El PSOE propone crear
un museo sobre Domingo Pérez Minik en su casa natal
El Pleno del Cabildo del próximo día 31
decidirá también si se convoca un premio anual de crítica literaria con el
nombre del autor tinerfeño, y analizará la posibilidad de suscribir un convenio
con la Consejería de Educación para distribuir en los centros educativos el
documental "Aislados".
EL
DÍA/ACN, S/C de Tenerife
23/jul/2013 20:20
Edición
impresa
La consejera insular del
PSOE Fidela Velázquez manifestó ayer que su grupo presentará, al próximo pleno
del Cabildo, el 31 de julio, una moción tendente a reforzar los actos previstos
para conmemorar el centenario del nacimiento de Domingo Pérez Minik, que la
corporación aprobó en febrero "y que a día de hoy todavía no se han
celebrado en su totalidad". El punto clave de esta moción consistiría en
"la recuperación de la casa natal del autor canario para crear una
casa-museo dedicada a su figura", informó.
En la moción se explica
que el Cabildo adquiriría este inmueble para ubicar de forma permanente, a
través del pertinente acuerdo con el Gobierno de Canarias, el patrimonio
bibliográfico, literario, epistolar y documental que refleja toda una vida y a
una generación que marcó un hito cultural y artístico "que es patrimonio
de todos", reza el texto.
La consejera explicó que
también se pretende "crear y convocar con carácter anual, a partir de este
año, el Premio de Ensayo Domingo Pérez Minik de Crítica Literaria, con el
objetivo de perpetuar su memoria", y también, "dentro del ámbito
divulgativo, aprovechar para elaborar un material curricular
complementario" que permita su mejor difusión y comprensión en el ámbito
escolar, dentro de un convenio con la Consejería de Educación que contemplaría
también la distribución en los centros educativos el documental Aislados".
"La relevancia que
la obra y la trayectoria de Pérez Minik alcanzaron a lo largo de toda su vida
no le impidieron, además, ser un hombre profundamente comprometido con su Isla
y con su tiempo, siendo su trayectoria vital de permanente defensa de las
libertades", señala la moción, que sugiere en su primer punto precisamente
poner en marcha los acuerdos plenarios que aún no se han impulsado.
Volver a Pérez Minik
17 ENERO 2009
JUAN CRUZ. PERIODISTA
La reedición de Entrada y salida de viajeros resucita
el espíritu de uno de los personajes más hondos que dio la España que luego fue
tachada.
En 1985, cuatro años antes de su muerte, Domingo Pérez
Minik recibió en Tenerife un homenaje, uno de los múltiples agasajos con que
los isleños fueron despidiendo la vida ejemplar de uno de los personajes más
jubilosos e inteligentes del siglo XX en Canarias. Murió cuatro años más tarde,
en la casa donde vivió toda su vida, en la calle del General Goded, que fue un
punto de encuentro que simbolizó también una época de las islas; don Domingo
había sido un socialista liberal, "un gallo al rojo vivo" al que la
Guerra Civil le hizo aún más rabiosamente libre, un autodidacta que se empeñó
en aprender más allá de los límites de su propia curiosidad impenitente.
Los últimos años de su vida fueron una lucha contra la
melancolía por la pérdida de su mujer, Rosita Camacho, y para conservar la
alegría activa, desafiante, con la que arrostró los males, incluida la
desgracia de la Guerra Civil, que truncó en las islas (también) un proyecto
intelectual y creativo que había simbolizado el movimiento de Gaceta de
Arte, la revista de raíz surrealista que dirigió el crítico Eduardo
Westerdahl y de la que Pérez Minik fue cabeza pensante y principal.
En medio de la penuria a la que arrojó el franquismo a
la cultura, fue capaz de mantenerse (como él decía de Russell) con "sus
ojos de acero, siempre alertas"
En aquel homenaje con el que se agasajaba a Pérez
Minik y se subrayaba su contribución al entendimiento de la modernidad en unas
islas sobre cuyo carácter él había trabajado tanto, había un joven abogado, Julio
Pérez Hernández, ahora secretario de Estado de Justicia, que agarró el
papel en el que había basado su intervención elogiosa el historiador rumano
Alejandro Cioranescu, residente en la isla desde que terminó la última guerra
mundial.
Había escrito Cioranescu: "Parece jubiloso con el
tiempo pasado. Las aristas agudas de su cara se perfilan más y más. Hasta que
acusan todos los surcos del entrecejo, que parece irradiar sonrisas múltiples.
Sus ojos de acero, siempre alertas. Y la cabeza, con su amplia y profusa
cabellera blanca, mantenida alta con una cierta gracia de adolescente".
Y además dijo Cioranescu, leyendo de su papel, que
había sido el reverso de una felicitación navideña: "Un hombre sencillo,
alerta y tranquilo. Sutil y suave. Claro y acogedor. En resumen, un hombre
sugestivamente peligroso en el mundo de las ideas y de su arte, pues sencillez,
tranquilidad y vigilancia no esconden, sino que exhiben un pensamiento
atrevido, una voluntad terminante y un desinterés estético al servicio de la
obra... Un equilibrio formal y tolerante, una simplicidad de ingenuidad
intelectual, un juego armonioso de respeto e indignación. Esta tolerancia -y esto
es lo más importante de su personalidad- va siempre unida a unas ideas
genuinamente subversivas".
Claro, don Domingo -así le llamábamos los más jóvenes,
y así él no quería que le llamásemos- sonreía en su rincón. De
la sala abarrotada, él era quizá el único que sabía que eso que estaba leyendo
el historiador rumano, su amigo, había sido escrito por él mismo, en
circunstancias distintas, y cuando él era aún joven periodista ejerciendo el
oficio de recibir impactos de personalidades que iban a terminar construyendo
su propia estatura de intelectual disconforme; la primera frase -"parece
jubiloso..."- la había escrito Pérez Minik para presentar a la ciudadanía
isleña la figura de Bertrand Russell, y la segunda fue su manera de resumir la
actitud estética y política, y cultural, de uno de sus grandes amigos de más
tarde, el arquitecto suizo Alberto Sartoris, cuyo cariño por la isla y por lo
que ésta representó en las vanguardias europeas de comienzos de siglo le
vinculó a Tenerife casi hasta su muerte, hace unos años.
Cioranescu obtuvo esas definiciones, que el tiempo
convirtió en perfectas para describir al propio Pérez Minik, de un libro en el
que el ahora veterano maestro contaba cómo había visto a la gente que vino a la
isla, al menos desde 1935. Ahora, Entrada y salida de viajeros acaba
de ser publicado de nuevo en Tenerife (Caja de Ahorros de Canarias, Biblioteca
Pérez Minik) al cuidado de Daniel Duque, y ha permitido resucitar ese
espíritu francamente transgresor de uno de los personajes más hondos e interesantes
que dio la España que luego fue tachada.
Entonces, en aquellos años republicanos de Gaceta
de Arte, Domingo Pérez Minik, que había sido crítico de fútbol y era
un lector voraz, recibió con sus compañeros a los intelectuales que entraban y
salían de la isla, desde André Breton hasta Friedrich Dürrenmatt, y a todos los
situó don Domingo en ese cuaderno de bitácora que fue primero Gaceta de
Arte y luego en publicaciones insulares donde siguió escribiendo, a
pesar de la vigilancia del régimen que le metió en prisión.
De todos aquellos personajes que visitaron la isla y
que él encontró (a veces fortuitamente: al dramaturgo suizo Dürrenmatt se lo
encontró en la calle, mientras paseaban los dos junto al muelle de Santa Cruz),
el que más le había apasionado, y le apasionó siempre, acaso porque guardaba
similitudes con su propia actitud, fue el inglés Bertrand Russell. Russell
estuvo en Tenerife en 1935, y le fueron a ver los responsables de Gaceta
de Arte. Ante el filósofo, que fumaba una pipa olorosa e interminable,
estaban el propio Pérez Minik, Eduardo Westerdahl, el poeta Pedro García
Cabrera... Entonces, Pérez Minik era un joven de 33 años, y Russell tenía 63.
Medio siglo más tarde, y aún antes, el retratista alcanzó la
apariencia de su retratado. Don Domingo, en efecto, parecía ya un gallo
veterano, enflaquecido por la edad y por las enfermedades, pero aún con el pelo
encabritado, blanco, sus ojos azules siempre alertas, "las aristas de su
cara" cada vez más perfiladas...
La lectura del libro, y de los subrayados de
Cioranescu, arroja melancolía sobre aquel periodo, y entusiasmo sobre la figura
de Pérez Minik. En medio de la penuria a la que arrojó el franquismo a la
cultura emergente de los años veinte y treinta del siglo XX en las islas, este
personaje que discutió de todo (de teatro, de política, de literatura) consigo
mismo y con los demás fue capaz de mantenerse (como él decía de Russell) con
"sus ojos de acero, siempre alertas", prácticamente hasta que los
males que le acompañaron hasta 1989 terminaron con su curiosidad de gallo de
pelea.
De la melancolía habló él mismo, muchas veces; pero la
última vez que lo hizo (probablemente) fue ante un estudiante de bachillerato,
Alejandro Krawietz, que le fue a ver para un trabajo escolar; Krawietz es ahora
un poeta destacado de las nuevas generaciones insulares, y dio a la estampa esa
insólita conversación estudiantil, que representa muy bien el espíritu de Pérez
Minik, más cerca siempre de la curiosidad juvenil que del cinismo solemne al
que convocan otras edades. Krawietz le preguntó si creía que el canario era
consciente "de la importancia que tuvo aquel momento para la configuración
de su espacio cultural", y don Domingo le respondió como era él, rotundo:
"No. No. No. No lo creo. Yo creo que el canario de hoy es un canario
completamente distinto. Que va por lo suyo. Con una mentalidad completamente
extraña. El canario es un personaje que nada tiene que ver con aquel momento,
que se ha alejado de la cultura".
Cioranescu leyó en aquel homenaje aún una frase más,
una descripción que Pérez Minik hizo del hispanista Jean Camp: "A pesar de
sus años, hay en él en todo momento un destello alegre de juventud, de amor y
de libertad, de seguridad en el destino del hombre. Una lección muy viva,
atrevida y tensa, para todos los que le escuchamos con nuestra esperanza medio
real y medio inventada".
Así fue él; que haya salido de nuevo ese libro (que
incluye una foto de Carlos A. Schwartz durante el último largo paseo de Pérez
Minik por el muelle, precisamente, el lugar de la entrada y salida de
viajeros permite reconstruir, en los personajes que él vio, al Domingo
Pérez Minik que tanto añoramos.
Residencia en la Tierra
06 nov
Ensayo
Ayoze Suárez
Había
de llegar Eduardo Westerdahl con la globalización enredada entre las sienes a
su vuelta de Europa. Gaceta de Arte, la revista cultural por
excelencia de Canarias publicada en los años treinta, de la que fue fundador y
director, así lo demuestra; colaboraciones de Le Corbussier, Picasso, André
Breton, Gertrude Stein, Tristan Tzara, Paul Eluard o Alberto Sartoris
enriquecían una publicación a la que acabarían suscribiéndose artistas y
galerías de reconocimiento nacional y europeo, salvando de esta manera el
aislamiento geográfico de las Islas.
La
gran afluencia de artistas extranjeros al archipiélago lleva a Westerdahl en
1933 a plantearse una idea que le acompañaría prácticamente el resto de su
vida, y sobre la que se posicionaría el bloque de redactores deGaceta de
Arte en uno de sus últimos números hacia el año 1935 donde: se
propugna el establecimiento en Tenerife de una residencia de invierno para
intelectuales europeos. Cabe destacar la fecha del posicionamiento a
tal fin, ya que ese mismo año, madurándose al sol en una terraza de un
hotel del Puerto de la Cruz como indica Domingo Pérez Minik en su obra
“Entrada y salida de viajeros” se reúnen el pintor Carlos
Drerup, la señora de Drerup, Eduardo Westerdahl y redactores de Gaceta de
Arte con un visitante del todo inusual, Bertrand Russell, quien
informado entre otros asuntos sobre la intención de crear esta residencia no
duda en afirmar que sería ciertamente un interesante proyecto. Vale la
pena trabajar en esta dirección, para hacer aquí, en esta bella isla, un lugar
de reposo para la inteligencia europea. Una fina manera de incorporar las islas
al mundo, a la literatura y al arte. No puedo precisar la magnífica resonancia
que tendría todo esto.
Sartoris;
conocedor de las residencias bajo el mecenazo de Hélène de Mandrot como la Maison
des artistes de la Sarraz, Suiza, y su “anexo especializado” la Maison
de la sculpture, encargado a le Corbusier en 1931 en Le Pradet,
Francia. Junto a las palabras del a posteriori Premio Nobel de Literatura,
Bertrand Russell, impulsan definitivamente la idea que acabará siendo
denominada como Residencia Canaria de Cultura Internacional.
En
cualquier caso, el valor del mecenazgo ya estaba siendo comprobado en lugares
tan alejados como la Costa Azul, desde donde llegaría para su proyección
relativamente fallida en la Exposición Surrealista de Tenerife en 1935, de
manos de Breton y Peret, la cinta “L´âge d´or” de Luis Buñuel. Rodada en la
propia villa de los Noailles. Mecenas que a su vez darían asilo y apoyo económico
a artistas de la talla de Dalí, Man Ray, Giacometti, Cocteau... y que llevó a
Charles y Marie-Laure Noailles a poseer una colección de obras entre las que
destacaban otros nombres como Chagall, Braque, Gris, Léger, Derain, Chirico,
Picasso, Miró, Tanguy o Ernst.
En
1953, fruto de su buena relación con Westerdahl, desembarca en Tenerife, aunque
no por primera vez, el arquitecto ítalo-suizo junto a su mujer Carla Prina
aceptando una invitación del entonces alcalde del Puerto de la Cruz y
presidente del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias, Isidoro Luz
Cárpenter. Es en ese momento ya en la isla donde realiza el primer diseño de la Residencia
internacional para artistas e intelectuales, que fue presentado a la
Corporación Municipal en septiembre del mismo año, proyecto que se
perfeccionaría en los años 1954 y 1955, trabajando Sartoris sobre terrenos
propuestos por el alcalde en las cercanías del Hotel Taoro, organizando el
edificio en distintos bloques que se despliegan por el terreno a diferentes niveles,
para dar lugar al diseño definitivo de 1964. Sin embargo, y a pesar de que el
proyecto es favorablemente acogido, debe ser congelado hasta 1958, año en que
Isidoro Luz, esta vez como consejero del Cabildo Insular de Tenerife, intenta
recabar el apoyo necesario para los diseños del arquitecto, algo que no
consigue hasta que accede a la presidencia del Cabildo de Tenerife. Así en 1964
se firma el que parecía iba a ser el acuerdo definitivo para patrocinar la
construcción y posterior funcionamiento del conjunto denominado Residencia
Canaria de Cultura Internacional, dedicado a fines culturales y de intercambio
entre países de Europa y América...Sin embargo, las condiciones
socio-económicas de la sociedad canaria de la época, el cambio en la
Presidencia del Cabildo y necesidades de infraestructuras de comunicación de
mayor urgencia, paralizan el proyecto apenas iniciado, sin que llegue siquiera
a constituirse un patronato con personalidad jurídica propia entre los
organismos, personas e instituciones privadas y oficiales interesados en esta
iniciativa, según el punto uno del acuerdo signado en 1964. Estériles quedan
los esfuerzos ulteriores de Sartoris y Westerdahl de reconducir esta situación.
De hecho, el propio arquitecto presenta el mismo dossier sobre el año 1970 en
Turquía, bajo el nombre de Ensemble résidentiel de culture
internationale et d´etude de l´art turc. Pero esa es otra
historia y debe ser contada en otra ocasión, como
diría Michael Ende.
Desempolvando
la historia a ochenta años del acuerdo firmado en el Cabildo y dando un paseo
por el emplazamiento donde debería haberse edificado la Residencia encontramos;
un Hotel Taoro sin uso práctico salvo el propio casino que nos recuerda que el
edificio sigue en pie, y una zona de casi 10000 metros cuadrados dedicada a
jardines y espacios naturales, que coinciden casi plenamente con los terrenos
de trabajo planteados por la corporación municipal a Alberto Sartoris como
lugar exacto para la futura construcción de la Residencia, algo incompatible
del todo punto con la legislación urbanística. Si esto fue un error del
funcionario o una extraña suerte de broma del destino, nunca lo sabremos.
Sin
embargo, el valor y la vigencia de la idea de la propia Residencia sigue
manteniendo intacto su valor, tal vez porque las ideas humanistas afloran en
mayor medida en tiempos de crisis, tal vez por eso el Renacimiento, y quizás
por ello la intención de reactivar este proyecto. Un centro creativo de alto
rendimiento que no divida las artes y las ciencias, que no dirima entre las dos
culturas sino al contrario, que unifique y promueva la multidisciplinariedad,
el estudio, el ocio cultural, la actitud crítica frente al arte y el desarrollo
y la innovación de la ciencia; que pueda observar el universo desde el punto de
vista matemático y también desde el filosófico y poético. La globalización,
pero no la económica sino la humana, la intelectual, la necesaria. En
definitiva, como entendería Schopenhauer, y como nos recuerda la última de obra
Milán Kundera, La fiesta de la insignificancia; el mundo se basa en
voluntad y representación, interpretando “a voluntad” el pensamiento del
filósofo en esta ocasión, la representación que tenemos del mundo y la voluntad
de mantener la misma o hacer que cambie. Al fin y al cabo, y haciendo nuestra
una cita de Mark Twain, un hombre con una idea nueva
es un loco hasta que la idea triunfa.
EL CENTENARIO DEL FILOSOFO (1872-1970)
BERTRAND RUSSELL
UN INVIERNO EN TENERIFE
POR DOMINGO PEREZ MINIK
Llego desde el jardín del hotel. Le vimos
levantarse de una mesa de trabajo preparada allí para este menester, había en
ella muchos papeles, libros, cuadernos, lo que podíamos ver de lejos; atravesó
entonces un sendero de arbustos, plantas, flores, hasta que nos encontramos
frente a frente. Era Bertrand Russell, la imagen bien conocida. Más alto que
bajo, superaba un poco la estatura media, flaco, con su traje gris muy holgado,
una corbata granate, pisando con seguridad. Muy erguido, se estiraba más y más
y nos miró con sus ojos azul acero, siempre alertas, desde su rostro muy lleno
de surcos agudos. La nariz prominente, fuerte, de ave de presa, y esa amplia,
profusa y cuidada cabellera blanca mantenida con cierta gracia de adolescente.
A primera vista, distante, replegado, curioso en el fondo. Nos invita a
sentarnos. Un largo silencio. Para romper este paréntesis, el filósofo saca su
pipa, la carga y la enciende. Comienza una conversación cualquiera, banal, que
si la isla, que si el tiempo, que si el paisaje, que si el Teide, que si el
Valle de la Orotava. Un tema muy socorrido para entrar en situación. Había sol
en la tarde de este domingo invernal, fecha de nuestra visita a Bertand
Russell, alojado en una vieja casa del Puerto de la Cruz. Su piel blanca aparecía
enrojecida, los dedos finos, un anillo de oro grueso en el índice de la mano
izquierda. Comenzaba una entrevista que no sabíamos cómo había de terminar. El
castillo personal de un británico no es fácil de asaltar. Una lejana
convivencia se puede establecer desde el primer momento, si no intentamos
enmendar la tradicional posición de su resistencia natural. Mientras,
ensayábamos por todos los medios que él nos manifestara los motivos de su
viaje, el estado de sus preocupaciones políticas, sus puntos de vista sobre los
fascismos europeos imperantes, la posibilidad de una guerra, los problemas que
presentaba la Unión Soviética, su conocimiento de España. Toda esta primera
visita estuvo condicionada por este tira y encoge, se llevó con la indiscutible
buena voluntad de la aproximación y con un cierto sentido del humor.
Bertrand Russell se mantuvo siempre
erguido, la cabeza echada ligeramente hacia atrás, como una especie de reto,
pero tenemos que admitir que nunca nos sentimos ofendidos con tal actitud. A lo
largo de esta tarde él hizo más preguntas que nosotros. Todo lo quería saber,
con su cierta puerilidad obstinada, el afán increíble de escudriñar. No sentía
el aislamiento. Estaba pendiente de todo, una curiosidad inagotable, su deseo
de inquirir a flor de piel. Como era de esperar, habló mal de Hitler, las
palabras duras, y la condenación bien afirmada. De toda clase de dictaduras. Lo
sabido. Lo que se podía pensar de un liberal inglés, carnet de identidad del
cual siempre presumió. No sabemos hasta qué punto el liberalismo oficial
británico asistió al filósofo a lo largo de su controvertida existencia. Hay
que aceptar una indiscutible coquetería en la definición que Bertrand Russell
hizo en todo momento de lo liberal, con su graciosa invención. Tenemos otras
expresiones que le van mejor, la de radical, por ejemplo. El la usó siempre con
muchísimo respeto. Una de sus grandes ocupaciones de esa tarde era saber si
nosotros los insulares nos sentíamos bien insertados en la historia de España,
una integración cultural, por así decirlo, o si, por el contrario, nos
considerábamos como un mundo aparte de habla española. Antes este problema
presentado, mantuvimos la actitud de estar dispuestos a aguantar la historia de
este país como nuestra fe en una posible transformación de sus estructuras.
Pero ya había llegado la hora de la conquista del filósofo por nuestra parte.
Fue importante en estos casos en cualquier ocasión abrir una brecha en el
forastero para intentar cualquier penetración más o menos alevosa. Para alcanzar
nuestros propósitos le hemos traído a Bertrand Russell los abalorios propios de
una gente que posee una revista, “Gaceta del Arte” (Eduardo Westerdahl le ha
ofrecido una colección), que ha editado algunos libros, que ejerce un comercio
internacional muy sano de ideas. Nuestro huésped lo ha aceptado todo con buen
agrado, una sonrisa a medio camino, aquella satisfacción recatadamente
agradecida.
En esta hora de la entrevista Bertrand
Russell tenía sesenta y tres años: había nacido en 1872 y corría el año
1935. Pasaba un invierno en Tenerife y en un viejo hotel de corte colonial
inglés se alojaba. Nos habíamos enterado de su estancia en la isla por el
periódico La Prensa. Su nombre aparecía entre los militares retirados de la
India, los peligrosos comerciantes del Imperio y los diputados conservadores de
vacaciones, de toda esa gente que formaba el turismo rico de esta época. No
venía entonces con ninguna de sus mujeres. Solo con una secretaria, una inglesa
de caja de chocolates, que entrevimos sentada a la mesa de trabajo del jardín.
(En uno de los apartes recordamos haberle preguntado al profesor de Cambridge
en qué libro trabajaba, y nos declaró que estaba dando los primeros toques a “A
History of Western Philosophy” que solo pudo publicarse después de la segunda
guerra mundial, 1945) Aquella tarde nos sentamos alrededor de Bertrand Russell,
Eduardo Westerdahl, el director de la revista “Gaceta de Arte”, Gertrud Deirup,
judía alemana refugiada en Tenerife, profesora de literatura española, y el que
esto escribe. Lo que no hemos podido olvidar es la pugna entablada, de modo muy
cortés, entre Bertrand Russell y sus nuevos amigos insulares. Él quería que los
españoles habláramos de las cosas de nuestra historia, del estado conflictivo
de la República, de la posibilidad de salir adelante. El no poseía más
información que la ofrecida por la prensa inglesa, tan conservadora siempre y
enemiga a toda reforma política. Nunca había estado en España, solo conoció
Tenerife. Y después hemos de suponer que ya no tuvo tiempo de venir a nuestra
nación con todo lo sucedido. Bertrand Russell se sintió muy extrañado por el
gran número de traducciones de sus libros al castellano, por lo menos diez en
1935, a través de la editoriales Revista de Occidente, Aguilar, y Apolo. Lo mismo
las obras de filosofía que sus consideraciones sobre la nueva moral sexual y
los ensayos de su escepticismo apasionado. El grado de admiración que la
juventud de este país sentía por su obra, la conducta, sus compromisos. Ante
estos halagos, el pensador inglés mostraba una medida sonrisa complacida, no era fácil
corregir las formas de su rostro tan firme, hecho, entero; sus ojos fueron los
únicos que cambiaban en el decurso de la conversación con sus brillos
insospechados, pueriles o cansados, el buen humos defensivo y sus enfados, que
nos aseguraban el grado de la pasión en esta lucha.
Se lamentaba de no conocer mejor la
moderna literatura española, nuestro arte, el pensamiento activo. El afirmaba
no haber rebasado los clásicos y su devoción casi se concentraba en Cervantes,
otro escéptico apasionado como él. A lo largo de esta visita tan informal,
Bertrand Russell regresaba al punto de partida, quería saber más y más acerca
de la actual situación política del país, si nuestros intelectuales colaboraban
en sus reformas, cómo pesaba aún el pasado con su enorme presente que intentaba
corregirlo. Una pregunta muy reiterada se colocó en esta mesa de diálogo: la
situación socio-económica de las islas Canarias, de qué vivían, cómo vivían, si
vivían bien, la posible influencia, las conexiones con la metrópolis. Él tuvo
que darse cuenta de que aquellas respuestas no escapaban de una cierta
consideración ingenua dialéctica. Nuestro positivismo lógico, si es que existía
alguno, no alcanzaba estos terrenos tan poco explotados por nuestros
conocimientos, mucho más próximos al de Hegel que al de Bertrand
Russell, quien en toda ocasión se resolvió indignado frente a la creencia de
que el Universo es más parecido a un frasco de melaza que a un montón de
perdigones. No nos olvidemos que el filósofo de Cambridge había elaborado un
sistema de ideas que contradecían todos los absolutismos idealistas del
pensador alemán, hasta demostrar lógicamente que el número, el espacio, la
materia, el tiempo y las cosas son tan reales, no ilusiones, como cualquier
matemático pudiera desear.
Al terminar estas conversaciones de
Tenerife con Bertrand Russell, éste nos prometió venir otra vez a las islas con
la llegada de cualquier otro invierno próximo. Quería saber hasta dónde se
había proyectado “Gaceta de Arte”, se trababa de una cortesía, asimismo
necesitaba regresar para conocer el estado de la República española recién
nacida, sin olvidar la revisión del grave problema bélico que se nos avecinaba
con la voluntad agresiva de Hitler. Como no es difícil comprobar, Bertrand
Russell ya no volvió nuevamente a Tenerife, y nos fue imposible escuchar su
palabra, entre encendida, oportuna y comprometida, sobre los nacionalismos que
aquejaban a Europa, sobre las relaciones que mediaron siempre del arte con la
política y la religión, sobre el comunismo ruso construido equivocadamente como
una patria. Desde aquí lejos nos teníamos que contentar con ver en la pantalla
de la historia los movimientos apasionados de su quehacer social, su
intervención valorativa en los graves problemas que expresaba la crónica
contemporánea, aquel deseo inquebrantable de recibir las bofetadas en todas las
contiendas de los hombres. Así fue abandonando su investigación filosólica por
otras tareas más inmediatas, el escándalo de la plaza pública, la lucha
fratricida de nuestros semejantes, la necesidad de erigir un tribunal de la
conciencia moral universal. Su larga existencia no tuvo nunca un descanso, se
metió en todo, donde no le llamaban, un contumaz aguafiestas, el intranquilizador
más aguerrido de todos los “establishment” consagrado. Su nombre aparecía
siempre en el lugar de los sucesos más insospechados de los periódicos del
mundo entero, con su entreverado papel de abogado, fiscal y jurado, todo en una
pieza. Gran Bretaña nos había dado muchos nombres intranquilos: Thomas Beckett,
Moro, los Bacon, Jhon Bunyan, Milton, Defoe, Locke, Lord Byron, Percy Shelley,
William Morris, los Hixley y George Orwell, el de la guerra de España, y tantas
otras figuras de aquí y allá, del mundo entero. Pero el extremo provocador de
Bertrand Russell nadie lo alcanzó. Así desde los años de la primera
conflagración, los libros de la nueva filosofía, “Principio Mathematica”, el
discurso de gran apertura sexual, pueda de toque de toda la literatura
occidental de entreguerras de nuestra civilización, que lo mismo pronunciaba
oraciones para lograr la independencia de la mujer, que atacaba a Norteamérica
por su actitud belicista, su salida de mala manera de este país; ya sabemos que
él amparó más tarde la creación de un tribunal para protestar de los crímenes
del Vietnam, otra vez la prisión en Londres por manifestarse contra la bomba
atómica, sin olvidar todos los honores, desde la Orden del Mérito al Premio
Novel, con su desmedido afán permanente por averiguar si era posible el
conocimiento verdadero de algo y de hacer cuanto fuera alcanzable para crear un
mundo mejor. Su sentido de la libertad, impresionante. La conducta, ejemplar.
Su condición de métome en todo, necesaria. Uno de los pocos filósofos europeos
que no se equivocó nunca al valorar, descubrir o situar la dignidad de la
condición humana. Cuando Jorge VI le concedió la Orden del Mérito, en sus
palabras de felicitación le recordó que “en alguna ocasión se había conducido
de un modo que no es el generalmente admitido”. Bertrand Russell contestó a Su
Majestad: “El modo de obrar de un hombre depende de su profesión. Un cartero,
por ejemplo, ha de llamar donde tenga cartas que entregar. Pero si alguna otra
persona llamara a todas las puertas sería tenido por un perturbados.”
D.M:P: REVISTA TRIUNFO.
Martes, 11 de Julio de 2006
Redaccion BienMeSabe/ CCPC
Publicado en el número 113
Será hoy martes, a las 20:30 h., en la
Sala San Borondón de La Laguna, dentro del Ciclo “Canarios Ilustres”.
Hoy martes, a las 20,30 horas, el
investigador, profesor de la Universidad de La Laguna y ensayista Rafael
Fernández Hernández evocará en La Laguna al gran ensayista y crítico DOMINGO
PÉREZ MINIK.
Esta es la tercera charla del Ciclo Canarios
Ilustres, inaugurado recientemente en la Sala San Borondón (esquina de las
calles Daute y Cruz de Candelaria), con el fin de divulgar la aportación y
trascendencia de grandes personalidades de la cultura, la ciencia, la
política... de nuestro Archipiélago a lo largo de los siglos, muchas de ellas
desconocidas hoy por la mayoría de los ciudadanos canarios.
Se trata de figuras relevantes,
carismáticas y transmisoras de valores, que han marcado el devenir de las
Islas, que han participado activamente en su evolución y que han pasado a
convertirse en símbolos de la identidad de este pueblo.
............
Para el profesor Rafael Fernández, posiblemente Domingo Pérez Minik sea el ensayista más puro en el sentido moderno del término. Desde muy joven su talante queda definido por poseer un profundo sentido de la amistad y un irrenunciable juicio crítico sobre la realidad histórica, cultural y social que le tocó vivir.
............
Para el profesor Rafael Fernández, posiblemente Domingo Pérez Minik sea el ensayista más puro en el sentido moderno del término. Desde muy joven su talante queda definido por poseer un profundo sentido de la amistad y un irrenunciable juicio crítico sobre la realidad histórica, cultural y social que le tocó vivir.
Fascinado por la actividad literaria, su
producción está contenida en nueve libros sobre narrativa y teatro, así como en
miles de artículos y ensayos en revistas y páginas literarias de la prensa,
tanto canaria como peninsular, fundamentalmente sobre escritores canarios de
todas las épocas.
Domingo Pérez Minik (Santa Cruz de
Tenerife, 1903-1989) escribe desde la segunda mitad de la década de 1920 hasta
1988, con la interrupción de unos meses, de julio a septiembre de 1936, en que
estuvo encarcelado en un presidio improvisado que las autoridades franquistas
habilitaron, primero en barcos y luego, cuando Pérez Minik ya había sido
excarcelado, en las naves de la empresa inglesa Fyffes, en las que se
empaquetaban plátanos y tomates para la exportación. Así comienza el capítulo
dedicado a Pérez Minik por Rafael Fernández en La Enciclopedia de
Canarios Ilustres, que agrupa a 37 figuras imprescindibles en el
devenir de la historia y la cultura de nuestras islas.
LAS PIERNAS DE JACQUELINE: A PROPÓSITO DE LA VISITA DE ANDRÉ BRETON Y JACQUELINE LAMBA A TENERIFE
julio 11, 2015 · por Yolanda
Peralta Sierra · in Jacqueline
Lamba · 2 comentarios
A bordo de un carguero bananero noruego llamado el “San Carlos” y tras una semana de
navegación, un 4 de mayo de 1935 llegaban a Tenerife André Breton y Jacqueline
Lamba acompañados por Benjamin Péret. El objetivo de este viaje era la
organización de una exposición internacional surrealista en Tenerife en el
Ateneo de Santa Cruz, resultado de los contactos entre los surrealistas
franceses y los vanguardistas canarios aglutinados en torno a la revista gaceta
de arte. Hospedados en el Hotel Victoria, en los 20 días que duró su
estancia en Tenerife realizaron numerosas excursiones para conocer la geografía
insular.
Péret, Breton, Lamba y Minik, Tenerife,
1935. Fondo Westerdahl. Archivo Histórico Provincial de Tenerife.
El Fondo Documental Eduardo Westerdahl
perteneciente al Archivo Histórico Provincial de Tenerife conserva un conjunto
de fotografías tomadas por el crítico de arte que documentan sus salidas por la
isla. Una de esas instantáneas resulta especialmente reveladora: la imagen
muestra al grupo formado por Lamba, Breton y Péret acompañados por el escritor
Domingo Pérez Minik en una de sus visitas a un pueblo de la isla, mientra a su
paso, en los muros se agolpan numerosos curiosos. ¿Qué era lo que tanto llamaba
la atención de la gente del lugar? ¿Qué causaba tanta expectación? ¿Se habían
enterado quizás de la presencia de André Breton en Tenerife? El propio Pérez
Minik, años más tarde, recordaba esas excursiones y a Jacqueline en su libro La
facción española surrealista de Tenerife:
“(…) visitamos una bodega de esos vinos
tintos de la isla, broncos, sabrosos, y al regreso, nos encontramos con que
todos los vecinos estaban en los caminos para presenciar nuestro desfile
encabezado por Jacqueline Breton con su graciosos traje de excursión y sus
“shorts” bien exhibidos, sus muslos y piernas de nadadora y su grácil andar
parisiense, André Breton (…) se sentía muy feliz con esta acogida (…). Él
ignoraba que esta expectación sólo era debida a la bella presencia de
Jacqueline Breton.” (p.111)
“El espectáculo Jacqueline Breton (un
bello personaje femenino que hacía las delicias en las calles de la capital,
con sus trajes inventados, los “shorts” y las uñas de los pies como las de las
manos pintadas cada día de distinto color y el sombreado de los ojos) había
cancelado su último día de representación. (…) Jacqueline con su cuerpo bien
medido de arriba abajo, su pelo rubio, incandescente (…) con sus ojos de agua o
de sabana o de madera y así sucesivamente. Una mujer con su andar de bailarina,
sus movimientos lábiles, su pisada ingrávida (…) ese erotismo bien ponderado
que se desprendía de esta muchacha que parecía moverse siempre sobre una hierba
mullida, apaciguada o recién nacida.” (pp. 125, 126)
“(…) rubia, bien plantada, de estirada
línea, los ojos azules llenos de movilidad, con el tipo apropiado de una
bailarina clásica francesa, de entreverada nadadora de campeonato y de muchacha
de anuncio de los bulevares, desplazando toda su sabiduría femenina para la
colonización de estos insulares.” (p.77)
Jacqueline Lamba, Tenerife, 1935. Fondo
Westerdahl. Archivo Histórico Provincial de Tenerife.
Para Pérez Minik, Jacqueline llegaba a la
isla para “colonizar a los insulares”, con su cabello rubio, su cuerpo de
bailarina y su “sabiduría femenina”. Pero Jacqueline no vino a colonizar:
participó con dos obras en la exposición surrealista aunque ni su nombre ni los
títulos de estas obras aparecen en el catálogo de la muestra, para el que
además diseñó la portada. Tras su paso por Tenerife, participó en la Exposición
Internacional del Surrealismo de Londres en 1936 y en la Exposición Album
Surréaliste de Tokio en 1937. Después de algunas intervenciones realizando
objetos, collages y decalcomanías, desarrolló su obra pictórica tras su llegada
a Nueva York en 1941.
Dora
Maar, Jambes, 1935. Colection Roger Thérond
Para aquellos intelectuales de izquierda
vinculados a la revista Gaceta de Arte, la presencia de Jacqueline
Lamba en Tenerife quedaba reducida a un cabello rubio unido a unas piernas, una
imagen claramente surrealista, con extremidades convertidas en una totalidad
orgánica. La misma que se repite en un montaje fotográfico realizado ese mismo
año de 1935 por la fotógrafa Dora Maar, titulado “Jambes”. Casi premonitorio
del recuerdo que quedaría en la isla de la visita de la artista francesa: unas
largas y torneadas piernas unidas en su parte superior, de cuyo centro pende
una cabellera.
Recopilación y artículo de Ana Miñarro
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