"Ojos verdes"
Que días tan
felices he pasado en ese pueblo tan hermoso que ha cambiado mi vida, mis
sentimientos un tanto apagados han vuelto a latir y es que lo llevaré siempre
conmigo, cuando me miro en el lago de tus ojos verdes me siento volar hasta el
infinito de las rendijas del tiempo, recordare con ilusión, vehemencia y pasión
este mes de agosto. Me ha hecho reflexionar que la vida nos pueda dar sorpresas
y sinsabores.
Texto añadido
por Mercedes González
Son muchas las
sorpresas que me trajo la vida en el mes de agosto. Una de las sorpresas, que
me hizo mucha ilusión, fue pasar unos días de vacaciones en La Gomera con mis
hijos y nietas, y participar en la fiesta del pueblo. En la Santa misa, su
procesión, acompañado por un grupo folclore cantando sus canciones
tradicionales.
Por la noche
disfrutando de la tradicional verbena que puso punto y final a las fiestas, el
ambiente era de lo más animado disfrutando de personas de todas las edades, mis
nietas se lo pasaron genial.
Texto añadido
por Carlota Sosa
Por una vez las
pequeñas dejaron las maquinitas y se centraron en otro tipo de juegos que me
recordaron mi niñez. Las niñas participaron en la carrera de sacos y
aprendieron lo que era una competición sana, aunque... ¡todos querían ganar!
Los niños viven
las fiestas de otra manera porque para ellos todo es un nuevo descubrimiento.
Esa noche las peques
se quedaron conmigo. Aunque estaban cansadas, tenían muchas cosas que preguntar
de lo ocurrido durante el día:
¿Por que se
sacan en procesión los santos?
¿Por qué todos
los pueblos tienen un santo patrón y en otros tienen dos?
¿Por qué tocaban
las chácaras y tambores?
¡Ah!!! Y… ¿quien era ese señor que saludaste por la
tarde?
Estaba más
cansada que ellas, pero les conté –soñolienta- que la Virgen de Candelaria lleva en sus
brazos a un niño que representa la luz que ilumina al mundo; y, que las mamas, al llevar a sus niños en brazos,
si se fijan en sus pequeños ojos, descubren como lo iluminan todo en el mundo, más
pequeño, de la familia...
-Sí chiquitinas,
mi mundo lo iluminan ustedes con sus sonrisas. Ahora… ¡A dormir! Otro día les contare una
leyenda que relaciona a nuestras islas Canarias y a la Virgen de Candelaria con
lo que está escrito en las estrellas.
-Y... ¿por qué no la cuentas ahora? -Dijeron.
Como
continuaban con sus preguntas, apagué la luz, y, entre risas y más risas, al
fin, se quedaron dormidas.
No sé cuando
llegue al mundo de mis sueños, pero en ellos estaba ese señor de ojos verdes
que me había saludado por la tarde, nunca pude olvidarle…
Texto añadido
por Matale
Estoy que no
vivo. ¿Qué me pasa? No me puedo escapar de los ojos verdes que me saludaron,
acariciadores, la otra tarde. Ni en el sueño de esta noche me los he podido
quitar de la cabeza.
Soñé que esos
ojos verdes se convertían en un mar de un agua verde que me envolvía y me
producía un relax que nunca había sentido. De pronto, ese mar que fluía a mi
alrededor, quedó bajo mis pies y miles de plántulas verdes que formaban un mar
de hierba cosquillearon mis pies y parte de mis piernas ayudadas por un alisio
que jugueteaba con ellas, haciendo que bailaran al son de su silbido que me
hizo reír compulsivamente. La hierba empezó a crecer y a rodearme a modo de mil
dedos que ascendían y me abrigaban del aire que se tornó fresco. Vestida de
esta guisa, me senté en algo mullido, que resultó ser mi cerebro, y dejé que
los pies descalzos colgaran hacia una circunvolución del mismo. Desde allí
contemplé como mi mente de color verde... (¡También de color verde! Esta jodida
me imita en todo) se convertía en mi sombra, una sombra que a veces me
resultaba respondona y hacia lo contrario que yo. ¡Se parece tanto a mí...!
Para fastidiarme, mi mente me grita: “despierta
este sueño no me gusta”. Pues a mí
sí, aguafiestas. Me siento en la cama y siento cómo las niñas duermen... ¿qué
aventura estarán viviendo? Cuando despierten, les contaré mi sueño. Les
gustará. Mientras me sacudo la pereza, pienso que la única forma de desterrar
de la cabeza los ojos verdes que adornan a ese desconocido, es averiguar quién
es. Así, aunque me encanta el verde, que me sugiere esperanza, fluidez,
claridad, pensaré en los otros colores que me brinda este mes estival, que me
invita a viajar por tantos sitios, dentro y fuera de mi misma.
¡Ah! otra cosa,
mi marido, que duerme plácidamente y al que tanto quiero, sólo tiene un
defecto, los ojos marrones. No sé si comprarle unas lentillas de color verde...
Texto añadido por Mercedes Reyes
Entre sueños y
pesadillas, ojos verdes y marrones, estoy hecha un lío, estoy tan absorta en
mis fantasías que he olvidado que estoy aquí y ahora y la realidad es otra,
tengo que poner ya los pies sobre la tierra, pues me tengo que levantar muy
temprano para los quehaceres domésticos, pues mi marido hace tiempo se le
ocurrió hacer un horno para hacer el pan de leña y aquí estamos los dos
trabajando.
Tenemos que
madrugar mucho, pero él hace el pan y yo cojo mi furgoneta y hago el reparto,
pues los bares y restaurantes esperan con ansiedad el rico pan que mi marido,
el de los ojos marrones, amasa y hornea cada día poniendo mucho cariño para que
salga bien.
Todo empezó
hace algunos años, por hacer nosotros nuestro propio pan, pero fue cogiendo tal
importancia y se extendió tanto la fama del buen pan redondo, que empezaron a
hacernos encargos, primero los vecinos y más tarde los restaurantes y bares,
así empezamos el negocio del horno de pan.
Ha sido tanto
el trabajo que hemos tenido que colocar a nuestros hijos en el oficio.
Dado que la
panadería tradicional, parecía abocada a desaparecer con tantas franquicias,
creamos una marca de calidad que sería La Panadería ecológica, a partir de
ahí empezó a crecer cada día más.
Hacemos todo tipo de pan: de semillas, matalahúva, cereales, de leche,
bollos, etc. somos la única panadería que usa un horno de leña. En las
navidades hacemos el pan de jamón, algunos dulces propios de esas fechas y los
vecinos traen sus milanas con rosquetes, galletas de nata, merengues y un
sinfín de productos para aprovechar el calor del horno, que después van a
vender a la ciudad o lo llevan al mercadillo que tiene por costumbre abrir los
fines de semana, así ganan un dinerillo extra dado que la economía está
bastante empobrecida, lo que ganan con esta actividad les vele para cubrir
algunas necesidades.
Texto añadido por Luisa Chico
A pesar de que
he puesto mi cabeza a pensar en realidades que me abstraigan de ensoñaciones
prohibidas, mientras Morfeo intenta abrazarme por fin, los ojos verdes vuelven
a tomar protagonismo entre las brumas del sueño, y un pensamiento inquieto
ronda por mi mente. Mañana buscaré una excusa para salir sola y volveré a pasar
ineludiblemente por la plaza donde suelo verlo sentado a la terraza mientras
toma su cerveza y un cigarrillo cuelga indolente en su mano. Sé que no puedo ni
quiero evitar verlo de nuevo y quién sabe si hoy me atreveré a indagar algo más
sobre él. No hay nada de malo en querer conocer a alguien a pesar de que unos
ojos marrones me lo reprochen desde el fondo de mi mente.
Me obligo a
dormirme ante el temor de que suene el despertador y me pillé aún despierta,
evidentemente la fiesta de hoy me ha desvelado. ¿Seguirán durmiendo las niñas?
¡Vaya, la
mañana ha amanecido gris como mis pensamientos! Me debato entre el deber y el
deseo, aunque soy consciente de que ganará el segundo. Hoy me permitiré ser
mujer antes que esposa o abuela. Una ducha fría, un toque de carmín en los
labios, un vestido veraniego y una excusa creíble me llevan a la calle
sintiendo que me tiemblan las piernas.
Recorro en un
suspiro el tramo que separa el apartamento donde nos estamos quedando de la
plaza del pueblo. El bullicio en la calle es ya grande a pesar de la hora, como
corresponde a un día de fiesta patronal, las campanas de la iglesia están
llamando a misa y yo me resisto al deseo de santiguarme pidiendo perdón
anticipado por lo que voy a hacer hoy.
Al acercarme a
la terraza veraniega, casi repleta de gente que desayuna plácidamente, lo busco
entre los parroquianos sin alcanzar a verle. Quizá hoy ni venga por allí y yo
casi que lo agradezco aunque también me siento un tanto decepcionada.
-¡Carmen!
Cuánto tiempo… -Mi amiga Piluca cruza la plaza apresuradamente para venir a
saludarme, está claro que este mes toda Santa Cruz está en la Gomera.
-Hola Piluca,
¿Qué tal? –Nos damos un par de besos en las mejillas sonriendo.
-Muy bien, aquí
de vacaciones y a la fiesta, mis suegros viven en el pueblo.
-¡Ah! No lo
sabía, genial entonces, yo estoy con mi familia en los apartamentos de la
playa.
-¡Qué bueno…!
¿Nos tomamos un café y nos ponemos al día? ¡Hace tanto que no sé de ti!
-¡Claro! –Me
parece que mis ojos han comenzado a brillar, ojalá ni se dé cuenta, cruzamos la
acera y entramos en la terraza buscando una mesa libre.
Mientras ella
habla y habla (mira que es charlatana mi amiga Piluca) yo no paro de mirar
alrededor por si le veo llegar. Por fin mi corazón comienza a latir
desaforadamente en mi pecho, se acerca por la acera buscando un asiento en la
terraza con la mirada, al ver a Piluca se acerca sonriendo y yo quiero morirme
allí mismo…
Texto añadido por Francisco Murcia
-El Señor esté
con vosotros.
-Y con tu
espíritu.
Era su primera
misa, el desposorio con la Iglesia. Se
casaba con un destino en el que nunca había pensado. Dejaba de ser Suso, para
convertirse en D. Jesús, el párroco del pueblo. Atrás quedaban las juergas, los
bailes, las miradas ávidas de muchas chicas enamoradas de sus ojos de un verde
oscuro cautivador. La emoción lo embargaba de tal manera que no pudo evitar que
sus feligreses notaran cierta torpeza en algunos de los gestos rituales de la
celebración. Frente a él, todo el pueblo abarrotaba la pequeña iglesia, incluso
algunos seguían la celebración desde la calle a través de las puertas abiertas.
Carmen y su
amiga Piluca, cada una de ellas con un bebé en sus brazos, seguían la ceremonia
sin perderse un detalle. Ambas recordaban aquel día en la terraza del bar, la
decepción de Carmen al ver cómo Suso besaba la mejilla de Piluca con una
intensidad que le pareció sospechosa, mientras que a ella apenas le dedicó un
ligero roce que ni sintió; recordaba ese momento en el que había estado
dispuesta a echar una cana al aire con aquellos ojazos que la cautivaban,
aunque tuviera que arrepentirse justo al segundo siguiente. Mientras D. Jesús
elevaba el cáliz, Carmen rememoraba sus agostos en el pueblo, la primera vez que
lo vio y la forma en que esos ojos la engancharon, sus sueños volando lejos de
los ojos marrones de su marido para buscar aquellos ojos verdes en algún
recóndito rincón de su cerebro. ¿Por qué sacan en procesión a los santos? , le
había preguntado su hija la mayor cuando apenas contaba cuatro añitos. Y ahora
tenía delante la que fue la tentación más fuerte que hubiera sentido nunca,
aunque nunca hubiera dejado a sus hijitas. Se sentía un poco culpable de
aquellos escarceos tan solo con el pensamiento y no podía evitar el bajar un
poco la vista cuando contemplaba el rostro de la Virgen de Candelaria en la Basílica.
-¿Y Antonio, tu
marido, no lo he visto? Pregunto Piluca.
-Con esto de la
celebración hemos tenido que hornear el doble de pan de lo normal y claro, se
ha quedado preparándolo todo para cuando termine la misa. El pobre está
trabajando como un burro. Ya me dirás, todo el pueblo está invitado al banquete
y a Suso, ¡perdón!, a D. Jesús y su familia no les gustaría quedar mal por
falta de pan, que aquí no va a venir Dios Nuestro Señor a multiplicarlo.
-No disimules, Carmen,
que nos conocemos. Para nosotras siempre será Suso, y en algún momento hemos
estado coladas por él. Menos mal que se fue al seminario después de terminar la
universidad. Qué cosas, nadie lo esperaba.
Llegó el
momento de la Comunión ,
y ambas amigas se acercaron a recibirla con sus bebés. Por un momento pudieron
ver nuevamente esos ojos verdes en los que se adivinaba un fondo de inocencia
que nunca lo hubieran imaginado en Suso, pero que ahora, en D. Jesús, se hacía
evidente.
D. Jesús fue
destinado a una pequeña ermita en una aldea perdida en la jungla camboyana, pues
él mismo había pedido ir de misionero.
Carmen siguió
haciendo pan con su marido y Piluca regentando la tienda de ultramarinos que su
marido había heredado. Ambas, de vez en cuando, quedaban para tomar un cafetito
en aquella mesa donde pudieron perderse en la profundidad de unos ojos que no
supieron interpretar.
FIN
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