jueves, 6 de octubre de 2016

AGOSTO (Relato encadenado de Carmen Margarita González)



Relato encadenado de Carmen Margarita





"Ojos verdes"
Que días tan felices he pasado en ese pueblo tan hermoso que ha cambiado mi vida, mis sentimientos un tanto apagados han vuelto a latir y es que lo llevaré siempre conmigo, cuando me miro en el lago de tus ojos verdes me siento volar hasta el infinito de las rendijas del tiempo, recordare con ilusión, vehemencia y pasión este mes de agosto. Me ha hecho reflexionar que la vida nos pueda dar sorpresas y sinsabores.

Texto añadido por Mercedes González

Son muchas las sorpresas que me trajo la vida en el mes de agosto. Una de las sorpresas, que me hizo mucha ilusión, fue pasar unos días de vacaciones en La Gomera con mis hijos y nietas, y participar en la fiesta del pueblo. En la Santa misa, su procesión, acompañado por un grupo folclore cantando sus canciones tradicionales.
Por la noche disfrutando de la tradicional verbena que puso punto y final a las fiestas, el ambiente era de lo más animado disfrutando de personas de todas las edades, mis nietas se lo pasaron genial.


Texto añadido por Carlota Sosa

Por una vez las pequeñas dejaron las  maquinitas  y se centraron en otro tipo de juegos que me recordaron mi niñez. Las niñas participaron en la carrera de sacos y aprendieron lo que era una competición sana, aunque... ¡todos querían ganar!
Los niños viven las fiestas de otra manera porque para ellos todo es un nuevo descubrimiento.
Esa noche las peques se quedaron conmigo. Aunque estaban cansadas, tenían muchas cosas que preguntar de lo ocurrido durante el día:
¿Por que se sacan en procesión los santos?
¿Por qué todos los pueblos tienen un santo patrón y en otros tienen dos?
¿Por qué tocaban las chácaras y tambores?
¡Ah!!! Y…  ¿quien era ese señor que saludaste por la tarde?
Estaba más cansada que ellas, pero les conté –soñolienta-  que la Virgen de Candelaria lleva en sus brazos a un niño que representa la luz que ilumina al mundo; y,  que las mamas, al llevar a sus niños en brazos, si se fijan en sus pequeños ojos, descubren como lo iluminan todo en el mundo, más pequeño, de la familia...
-Sí chiquitinas, mi mundo lo iluminan ustedes con sus sonrisas.  Ahora… ¡A dormir! Otro día les contare una leyenda que relaciona a nuestras islas Canarias y a la Virgen de Candelaria con lo que está escrito en las estrellas.
-Y...  ¿por qué no la cuentas ahora? -Dijeron.
Como continuaban con sus preguntas, apagué la luz, y, entre risas y más risas, al fin, se quedaron dormidas.

No sé cuando llegue al mundo de mis sueños, pero en ellos estaba ese señor de ojos verdes que me había saludado por la tarde, nunca pude olvidarle…

Texto añadido por Matale

Estoy que no vivo. ¿Qué me pasa? No me puedo escapar de los ojos verdes que me saludaron, acariciadores, la otra tarde. Ni en el sueño de esta noche me los he podido quitar de la cabeza.
Soñé que esos ojos verdes se convertían en un mar de un agua verde que me envolvía y me producía un relax que nunca había sentido. De pronto, ese mar que fluía a mi alrededor, quedó bajo mis pies y miles de plántulas verdes que formaban un mar de hierba cosquillearon mis pies y parte de mis piernas ayudadas por un alisio que jugueteaba con ellas, haciendo que bailaran al son de su silbido que me hizo reír compulsivamente. La hierba empezó a crecer y a rodearme a modo de mil dedos que ascendían y me abrigaban del aire que se tornó fresco. Vestida de esta guisa, me senté en algo mullido, que resultó ser mi cerebro, y dejé que los pies descalzos colgaran hacia una circunvolución del mismo. Desde allí contemplé como mi mente de color verde... (¡También de color verde! Esta jodida me imita en todo) se convertía en mi sombra, una sombra que a veces me resultaba respondona y hacia lo contrario que yo. ¡Se parece tanto a mí...! Para fastidiarme, mi mente me grita: “despierta este sueño no me gusta”. Pues a mí sí, aguafiestas. Me siento en la cama y siento cómo las niñas duermen... ¿qué aventura estarán viviendo? Cuando despierten, les contaré mi sueño. Les gustará. Mientras me sacudo la pereza, pienso que la única forma de desterrar de la cabeza los ojos verdes que adornan a ese desconocido, es averiguar quién es. Así, aunque me encanta el verde, que me sugiere esperanza, fluidez, claridad, pensaré en los otros colores que me brinda este mes estival, que me invita a viajar por tantos sitios, dentro y fuera de mi misma.

¡Ah! otra cosa, mi marido, que duerme plácidamente y al que tanto quiero, sólo tiene un defecto, los ojos marrones. No sé si comprarle unas lentillas de color verde...


Texto añadido por Mercedes Reyes

Entre sueños y pesadillas, ojos verdes y marrones, estoy hecha un lío, estoy tan absorta en mis fantasías que he olvidado que estoy aquí y ahora y la realidad es otra, tengo que poner ya los pies sobre la tierra, pues me tengo que levantar muy temprano para los quehaceres domésticos, pues mi marido hace tiempo se le ocurrió hacer un horno para hacer el pan de leña y aquí estamos los dos trabajando.
Tenemos que madrugar mucho, pero él hace el pan y yo cojo mi furgoneta y hago el reparto, pues los bares y restaurantes esperan con ansiedad el rico pan que mi marido, el de los ojos marrones, amasa y hornea cada día poniendo mucho cariño para que salga bien.
Todo empezó hace algunos años, por hacer nosotros nuestro propio pan, pero fue cogiendo tal importancia y se extendió tanto la fama del buen pan redondo, que empezaron a hacernos encargos, primero los vecinos y más tarde los restaurantes y bares, así empezamos el negocio del horno de pan.
Ha sido tanto el trabajo que hemos tenido que colocar a nuestros hijos en el oficio.
Dado que la panadería tradicional, parecía abocada a desaparecer con tantas franquicias, creamos una marca de calidad que sería La Panadería ecológica, a partir de ahí empezó a crecer cada día más.  Hacemos todo tipo de pan: de semillas, matalahúva, cereales, de leche, bollos, etc. somos la única panadería que usa un horno de leña. En las navidades hacemos el pan de jamón, algunos dulces propios de esas fechas y los vecinos traen sus milanas con rosquetes, galletas de nata, merengues y un sinfín de productos para aprovechar el calor del horno, que después van a vender a la ciudad o lo llevan al mercadillo que tiene por costumbre abrir los fines de semana, así ganan un dinerillo extra dado que la economía está bastante empobrecida, lo que ganan con esta actividad les vele para cubrir algunas necesidades.

 Texto añadido por Luisa Chico

A pesar de que he puesto mi cabeza a pensar en realidades que me abstraigan de ensoñaciones prohibidas, mientras Morfeo intenta abrazarme por fin, los ojos verdes vuelven a tomar protagonismo entre las brumas del sueño, y un pensamiento inquieto ronda por mi mente. Mañana buscaré una excusa para salir sola y volveré a pasar ineludiblemente por la plaza donde suelo verlo sentado a la terraza mientras toma su cerveza y un cigarrillo cuelga indolente en su mano. Sé que no puedo ni quiero evitar verlo de nuevo y quién sabe si hoy me atreveré a indagar algo más sobre él. No hay nada de malo en querer conocer a alguien a pesar de que unos ojos marrones me lo reprochen desde el fondo de mi mente.
Me obligo a dormirme ante el temor de que suene el despertador y me pillé aún despierta, evidentemente la fiesta de hoy me ha desvelado. ¿Seguirán durmiendo las niñas?
¡Vaya, la mañana ha amanecido gris como mis pensamientos! Me debato entre el deber y el deseo, aunque soy consciente de que ganará el segundo. Hoy me permitiré ser mujer antes que esposa o abuela. Una ducha fría, un toque de carmín en los labios, un vestido veraniego y una excusa creíble me llevan a la calle sintiendo que me tiemblan las piernas.
Recorro en un suspiro el tramo que separa el apartamento donde nos estamos quedando de la plaza del pueblo. El bullicio en la calle es ya grande a pesar de la hora, como corresponde a un día de fiesta patronal, las campanas de la iglesia están llamando a misa y yo me resisto al deseo de santiguarme pidiendo perdón anticipado por lo que voy a hacer hoy.
Al acercarme a la terraza veraniega, casi repleta de gente que desayuna plácidamente, lo busco entre los parroquianos sin alcanzar a verle. Quizá hoy ni venga por allí y yo casi que lo agradezco aunque también me siento un tanto decepcionada.
-¡Carmen! Cuánto tiempo… -Mi amiga Piluca cruza la plaza apresuradamente para venir a saludarme, está claro que este mes toda Santa Cruz está en la Gomera.
-Hola Piluca, ¿Qué tal? –Nos damos un par de besos en las mejillas sonriendo.
-Muy bien, aquí de vacaciones y a la fiesta, mis suegros viven en el pueblo.
-¡Ah! No lo sabía, genial entonces, yo estoy con mi familia en los apartamentos de la playa.
-¡Qué bueno…! ¿Nos tomamos un café y nos ponemos al día? ¡Hace tanto que no sé de ti!
-¡Claro! –Me parece que mis ojos han comenzado a brillar, ojalá ni se dé cuenta, cruzamos la acera y entramos en la terraza buscando una mesa libre.

Mientras ella habla y habla (mira que es charlatana mi amiga Piluca) yo no paro de mirar alrededor por si le veo llegar. Por fin mi corazón comienza a latir desaforadamente en mi pecho, se acerca por la acera buscando un asiento en la terraza con la mirada, al ver a Piluca se acerca sonriendo y yo quiero morirme allí mismo…

Texto añadido por Francisco Murcia

-El Señor esté con vosotros.
-Y con tu espíritu.
Era su primera misa, el desposorio con la Iglesia. Se casaba con un destino en el que nunca había pensado. Dejaba de ser Suso, para convertirse en D. Jesús, el párroco del pueblo. Atrás quedaban las juergas, los bailes, las miradas ávidas de muchas chicas enamoradas de sus ojos de un verde oscuro cautivador. La emoción lo embargaba de tal manera que no pudo evitar que sus feligreses notaran cierta torpeza en algunos de los gestos rituales de la celebración. Frente a él, todo el pueblo abarrotaba la pequeña iglesia, incluso algunos seguían la celebración desde la calle a través de las puertas abiertas.
Carmen y su amiga Piluca, cada una de ellas con un bebé en sus brazos, seguían la ceremonia sin perderse un detalle. Ambas recordaban aquel día en la terraza del bar, la decepción de Carmen al ver cómo Suso besaba la mejilla de Piluca con una intensidad que le pareció sospechosa, mientras que a ella apenas le dedicó un ligero roce que ni sintió; recordaba ese momento en el que había estado dispuesta a echar una cana al aire con aquellos ojazos que la cautivaban, aunque tuviera que arrepentirse justo al segundo siguiente. Mientras D. Jesús elevaba el cáliz, Carmen rememoraba sus agostos en el pueblo, la primera vez que lo vio y la forma en que esos ojos la engancharon, sus sueños volando lejos de los ojos marrones de su marido para buscar aquellos ojos verdes en algún recóndito rincón de su cerebro. ¿Por qué sacan en procesión a los santos? , le había preguntado su hija la mayor cuando apenas contaba cuatro añitos. Y ahora tenía delante la que fue la tentación más fuerte que hubiera sentido nunca, aunque nunca hubiera dejado a sus hijitas. Se sentía un poco culpable de aquellos escarceos tan solo con el pensamiento y no podía evitar el bajar un poco la vista cuando contemplaba el rostro de la Virgen de Candelaria en la Basílica.
-¿Y Antonio, tu marido, no lo he visto? Pregunto Piluca.
-Con esto de la celebración hemos tenido que hornear el doble de pan de lo normal y claro, se ha quedado preparándolo todo para cuando termine la misa. El pobre está trabajando como un burro. Ya me dirás, todo el pueblo está invitado al banquete y a Suso, ¡perdón!, a D. Jesús y su familia no les gustaría quedar mal por falta de pan, que aquí no va a venir Dios Nuestro Señor a multiplicarlo.
-No disimules, Carmen, que nos conocemos. Para nosotras siempre será Suso, y en algún momento hemos estado coladas por él. Menos mal que se fue al seminario después de terminar la universidad. Qué cosas, nadie lo esperaba.
Llegó el momento de la Comunión, y ambas amigas se acercaron a recibirla con sus bebés. Por un momento pudieron ver nuevamente esos ojos verdes en los que se adivinaba un fondo de inocencia que nunca lo hubieran imaginado en Suso, pero que ahora, en D. Jesús, se hacía evidente.
D. Jesús fue destinado a una pequeña ermita en una aldea perdida en la jungla camboyana, pues él mismo había pedido ir de misionero.
Carmen siguió haciendo pan con su marido y Piluca regentando la tienda de ultramarinos que su marido había heredado. Ambas, de vez en cuando, quedaban para tomar un cafetito en aquella mesa donde pudieron perderse en la profundidad de unos ojos que no supieron interpretar.


FIN

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