El rey es del verano
pleno, caluroso como ninguno, con su traje de destellos llega siempre
alborotado.
Agosto es esperado con
mucha ilusión para unos, para otros no tanto.
Las playas se inundan de
gente, toallas y griteríos, de juegos de pelota, las tumbonas y sombrillas no
dejan ver ni la arena de la playa, las autopistas, carreteras y caminos que
llevan a las playas son transitados sin cesar, buscando el descanso y el
sosiego en el mejor lugar…
Texto de Carmen Margarita
Nos pasamos el año, pensando en que van hacer los días
de nuestros sueños, de descanso y, claro está, de conocer a esa persona tan
idealizada de mi pensamiento, morena, de ojos claros que me hagan suspirar con
influjos de pensamientos un tanto revoltosos, pero todo llegará. Y entre
pensamiento y pensamiento he llegado al paraíso, a una playa de arena dorada y
atardeceres de ensueño.
Texto de Candelaria González
Y en este mes de playa, toallas, griterío mis
pensamientos juguetones me hacen suspirar y pensar cosas casi imposibles. Sin
terminar agosto, regresé a casa a dar una vuelta. Cuando llegué, me encontré un
ocupa, corrió, se escondió y no lo pude echar. No sé por donde pudo entrar,
pues había dejado ventanas y puertas muy bien cerradas. Me marché de nuevo a la
playa buscando descanso, pero preocupada. A los pocos días, volví a casa pero
el ocupa no aparecía. De repente, salió del cuarto de baño, corrí tras él con
una toalla al tris, pero por mucho que la toalla le tiré, otra vez se escapó.
Al otro día me marché dejándolo allí.
Se acabó agosto, las vacaciones y los baños en la
playa. Al llegar a la casa y ya pasados unos días, pensaba que ya se había ido
el ocupa, pero al rodar una bolsa de cemento estaba allí enroscadito, pero ya
no tenía los ojos saltones de perenquén, con los que me miraba cuando corría
tres él.
En estas idas y venidas, me había olvidado un poco de
conocer a esa persona tan idealizada de mi pensamiento. Pero todo llegará, me
volví a decir sin mucha convicción.
Texto de Mercedes González
Este año el verano parecía estar bien sentado en el
trono. Pasó agosto y en septiembre seguía el calor. La gente estaba cansada de
playa y de ir de un lado para otro, con bolso, toalla y todo lo que conlleva un
día en el mar. Ya teníamos todos ganas de que cambase el tiempo, para disfrutar
de otros eventos propios del otoño; obras de teatro acompañada de esa persona
tan idealizada de mis pensamientos, seguir con este relato y sus fantasías y
tener un poco de cuidado con esos ocupas que se cuelan por las rendijas. Y el
próximo verano no sabemos...
Texto de Francisco Murcia
Pobrecillo, los calores de agosto, señor
absoluto del verano, lo revivían, entonces se mostraba activo y corría de un
lado a otro en busca de alguna mosca despistada. Pensé que no era fácil para él
conseguir su comida, las moscas parecen tener un sexto sentido para librarse de
la ávida lengua del perenquén. Y ahora que lo pienso, ¿dónde andará, seguirá
por aquí? Aquí no hay muchas moscas, seguro que se habrá muerto de hambre, casi
que me da pena, ya me estaba acostumbrando a la idea de volverlo a ver, al fin
y al cabo dicen que dan suerte.
No bien había terminado de completarse
la idea en su cerebro, cuando al coger la bolsita de cemento para arreglar un
esbarroncón, una sombra se escabullo rauda entre otros trastos que tenía allí
acumulados. No lo persiguió, no era cosa de armar todo un zafarrancho por un
animalito que no resultaba peligroso y quién sabe, a lo mejor le traía un poco
de suerte, que falta le hacía después de haber quedado en paro.
-Que cosas, -pensaba Carmen Mari cuando
decidió indultar al perenquén- nos pasamos todo el año pensando en lo que vamos
a hacer en agosto, en ese mes de calor, cervezas frías, fiestas por doquier y
playa, playa esta que el cuerpo dice: ¡no quiero más!, y embadurnados de cremas
protectoras, terminamos sumergimos en una ducha fresca en casa y retrepados en
el primer asiento que encontramos con las últimas noticias sobre los amores
públicos de unos cuantos famosos que al cabo de un par de meses o incluso
semanas, ya están saliendo en portada vendiendo la exclusiva de la separación o
divorcio.
El calor es un mal amigo de la soledad,
y Carmen Mari estaba sola. Tres años había convivido con un chico que le gustó
porque parecía tener la cabeza bien asentada, un futuro algo más claro que la
mayoría de los otros que conocía, y además, tampoco se podía decir que no
tuviera sus encantos, nada que ver con los adonis de los anuncios ni, por
supuesto, con los que ella se imaginaba en sus sueños, pero se sintió mirada,
admirada y el deseo de sentirse importante para alguien, y esa sensación de
protección que le ofrecía la imagen de un hombre seguro junto a ella,
terminaron por convencerla. Ahora, sentada en un sillón, con una novela de
Corín Tellado en las manos, su imaginación la llevaba por la senda de la
voluptuosidad. Se revolvió inquieta y por un momento maldijo ese calor que se
estaba infiltrando hasta en los más íntimos deseos. Se levantó y buscó con la
mirada al curioso okupa que se había adueñado de una pequeña parte de su casa y
de buena parte de su simpatía, pues desde el momento en que vio la maestría con
que daba caza a una cucaracha, repugnante como son todas las cucarachas, se
dijo: -He aquí la solución. Y le dejaba una jícara de agua a su alcance, como
si fuera un tierno gatito.
Terminaba agosto y Carmen Mari comenzó a
repasar la lista de representaciones en el Guimerá, los amigos y amigas con los
que volvería a encontrarse, la ropa que le quedaba en el único armario que
tenía y que comenzaba a sufrir las consecuencias de la crisis y nuevamente
volvió a invadirla una oleada de imágenes 3X, como ella decía. Dio un manotazo
al aire como para espantarlas, pero lo cierto es que había unos ojos que
siempre estaban en el fondo de sus fantasías. Lo vio salir del agua justo
cuando ella entraba. Un segundo solamente. Al salir ella, puede que por pura
casualidad, entraba nuevamente él, y sus miradas volvieron a cruzarse. Carmen
Mari acababa de ponerle rostro a sus sueños. Ya no se sentía tan sola.
Le dejó agua el perenquén y volvió a la
ciudad. En la lotería de Navidad obtuvo un pellizco del segundo premio en una
participación de 2 € que se le había caído del bolsillo y cuando la descubrió,
el perenquén estaba tranquilamente dormitando encima.
Texto de Matale Arozena
Mirando el número que iba ir a cobrar,
gracias, tal vez, a su okupa-compañero, Carmen Mari se subió al tranvía como
todos los días laborables, dispuesta a pasar un día distinto ¡y vaya si sería
distinto! Busca sitio cerca de la puerta, para ver quién sube y quién baja; le
encanta imaginarse la vida del prójimo contemplando su semblante y sus maneras.
Mientras se prepara para analizar a los que llegan o se van del tranvía, ve a través
de la ventana que se ha salvado de un buen chaparrón; ¡hala! cómo empezó su
actividad habitual, después de las vacaciones, el tiempo la imita y empieza la
suya, propia de este incipiente otoño, la lluvia. ¡Qué pena que las ventanas
estén cerradas!, le encanta el olor a tierra mojada que la hace sentir como
ésta absorbe con avidez el agua que el cielo le regala para calmar la sed a la
que ha estado sometida durante el largo y cálido verano.
En la primera parada,
se prepara para lanzarse a su primera víctima. Se trata de una mujer gruesa
que resopla mientras sube al tranvía. Bien vestida, bien peinada, quizás de
peluquería, sin arrugas en su rostro, pero con una sensación de cansancio, como
si se le escapara el alma. No es capaz de ponerle fecha de fabricación, ¡ay
perdón! edad, tal vez por su obesidad. Su tristeza, quizás aburrimiento, emana
de todos los poros de su cuerpo. ¡Ya está! Soltera de clase media, maneja
dinero, vive sola y diariamente desayuna, almuerza y quizás cena, fuera de
casa. No le gusta hacer ejercicio. Su hobby es la tele en la que se empapa de
toda la tele basura que asoma a la pantalla. ¡Bufff! la verdad, no le parece muy
interesante, pero se queda mirándola cuando al sentarse, le coloca media nalga
a una señora mayor que está sentada en el asiento contiguo, lo que hace que la
viejita se aplaste asustada contra la ventana. En ese momento, llegamos a otra
parada...
Texto de
Carlota Sosa
Nadie se subió en esa parada, al menos en el vagón que
ocupaba Carmen Mary. En esta ocasión no podría analizar a otra persona para
jugar a adivinar su vida por su aspecto. Buscando a alguien de otro vagón, se fijo en un asiento vacío. Había un
libro algo ajado. Puede que se lo hayan olvidado o puede que lo hayan dejado
para que alguien lo leyera, cosa que se ha puesto de moda en los metros de
algunas ciudades, pensó.
Al coger el libro en sus manos sintió un escalofrío.
Hablando más que pensado dijo: cuando me baje lo
dejaré en la estación por si alguien va a preguntar por él. Quiso ver si tenía algún
dato que indicara quien era su dueño, pero nada.
Lo abrió al azar, y apareció algo que le puso alerta. En
la página 274 un capítulo se destacó sobre otros: Mascaras o espejos. Hablaba
de los papeles que pueden representar todos los seres humanos a lo largo de su
vida, e indicaba que todas esas máscaras reflejan lo que precisa ser curado en
las personas que las llevan. Sobresalía en tinta, que en ese momento le parecía
más oscura: El observador astuto se anota el tipo de conducta y no dice nada
sobre la manera de juzgarlo. A veces ver la verdad suele ser una carga porque
el observador sabe exactamente que está creando el trastorno o el
desequilibrio. Los observadores sabios miran en su interior decidiendo sanar
otras máscaras similares que podrían llevar.
Se bajo en la siguiente parada, que estaba cerca de un
hermoso parque al que solía ir a reflexionar cuando las cosas no iban bien.
Solo entonces se fijó en el título del libro: “La Medicina de la Tierra en 365
enseñanzas”.
Hoy. Sin quererlo había aprendido la primera: No
juzgar al prójimo.
Meditó sobre todas las cosas que le había regalado la
vida y daba las gracias por ello.
Todavía le quedaban muchas puertas que abrir y otras que cerrar.
A partir de aquel día sus ojos lucían más brillantes, como
cuando miraba al mar cuando la playa no estaba muy concurrida, o cuando
contemplaba a su inquilino que lentamente, sin ser notado, se abalanzaba sobre
sus víctimas para darles caza. Una vez cogió una falena que, para él era muy
grande, parecía que el perenquén iba a volar. Era cuestión de supervivencia. También
de las cosas que hacen los animales podemos aprender lo que se debe o no se
debe hacer, como, por ejemplo, hacer el bien con sigilo para pasar por la vida,
algo desapercibida.
Le costó muchísimo aprender a vivir sin juzgar a los
demás, aunque, poco a poco, lo conseguía. Cambió su forma de ser. Gracias a
ello, con el transcurrir del tiempo encontró a su verdadero amor. Eso sí,
ocurrió en agosto, al fin y al cabo ese era el rey del verano. Pero esa… es
otra historia.
FIN
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